Mi fidelidad y mi amor los acompañarán (cf. Sal 88, 25)

La Misa crismal fue celebrada el Jueves Santo en la Catedral Metropolitana por nuestro arzobispo, el Cardenal Mario Poli, junto a su presbiterio. Esta Misa es entonces, una gran manifestación de comunión eclesial. 

Como en toda Misa Crismal, se consagró el Santo Crisma (de acá el nombre de misa crismal) y se bendijo los demás óleos. Con el Santo Crisma, se ungen los recién bautizados, los confirmados son sellados, y se ungen las manos de los sacerdotes, la cabeza de los obispos, y la iglesia y los altares en su dedicación. Con el óleo de los catecúmenos éstos se preparan y disponen al Bautismo. Con el óleo de los enfermos éstos reciben la fortaleza de Cristo en su debilidad.

Me gustaría detenerme en un momento de la celebración: la renovación de las promesas sacerdotales. Los sacerdotes, son invitados por el obispo a renovar su consagración y dedicación a Cristo y a la Iglesia. Juntos prometen unirse más de cerca a Jesús, ser sus fieles ministros, enseñar y ofrecer la santa Misa en su nombre y conducir a otros a él. Renuevan su fidelidad frente Aquel que siempre se mantiene fiel y acompaña con su amor. Con las promesas le piden al Señor que los haga hombres de verdad, hombres de amor, hombres de Dios; ya que sin él nada pueden hacer. Nada podemos hacer.

En esta Misa pude experimentar nuevamente lo importante que es poner a Jesús en el centro. Es el quien nos congrega en su Palabra y en su Eucaristía. En los sagrados misterios el sacerdote no se representa a sí mismo y no habla expresándose a sí mismo, sino que habla en la persona de Otro, de Cristo. Así, en los sacramentos se hace visible de modo especial lo que significa en general ser sacerdote; lo que expresan con el—”Aquí estoy”— durante la consagración sacerdotal:  estoy acá, presente, para que vos puedas disponer de mí. También los seminaristas buscamos ponernos a disposición de Aquel “que murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí” (2 Co 5, 15). Ponernos a disposición de Cristo significa buscar identificarnos con su entrega “por todos”:  estando a su disposición podemos entregarnos de verdad “por todos”: con fidelidad, amor y alegría. 

Los sacerdotes el día de su ordenación fueron ungidos por el óleo de la alegría (El santo Crisma). El Papa francisco dice que la belleza de la consagración es la alegría. La alegría que nace del encuentro con Jesús y de su llamada. Esto lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al servicio en la Iglesia, a la comunión. Y la alegría, la verdad, es contagiosa. Siento esa invitación constante de Jesús: ser sacerdote y contagiar esa alegría. Siendo seminarista y mirando a tantos curas en la Misa crismal le digo a Jesús: Sí Señor, yo también un día quiero ser ungido y enviado a llevar la buena noticia y consolar a todos los que están de duelo, a cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría, y su abatimiento por un canto de alabanza.

Para mí, entonces, es un día que me renueva en la vocación y en la alegría (que van juntas). Ver tantos sacerdotes celebrando la fidelidad de Dios. Todos pastores, y a la vez reconociéndose ovejas necesitadas de un único pastor: Aquel que nos ha salvado y nos ha llamado con su santo llamado, no por nuestras obras sino por su gracia (Cf. 2 Tim 1, 9) 

¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotrosy estamos rebosantes de alegría! (Sal 126, 3)